183 Años de la Muerte del Prócer Antonio José de Sucre
El asesinato de Sucre fue planificado y ejecutado en las Montañas de Berruecos- Arboleda (Nariño-Colombia), el 4 de junio de 1830 con alevosía, ensañamiento, ventaja y premeditación. Allí permaneció su cadáver por más de 24 horas hasta que los pobladores de las localidades cercanas le dieran cristiana sepultura.
El Libertador, que rara vez se equivocaba en sus sentencias, exclamó: “...Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío...” Bolívar que estaba enfermo en la costa del Atlántico, al conocer el luctuoso suceso, exclamó: "¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!... La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida".
La vida de Sucre, al igual que su muerte, forma parte de un proceso político, el de la historia de la lucha por el poder en tiempos de la independencia. Valorar entonces estos hechos con la mirada puesta en lo que fue realmente la dinámica de la contienda emancipadora, ubicar a sus protagonistas desde la perspectiva de lo que constituyó efectivamente el combate que libraron y los móviles que los animaron y movilizaron representa no sólo un ejercicio de revisión historiográfica, sino también la posibilidad de comprender con mayor certidumbre sus implicaciones, alcances y contradicciones.
El héroe de Ayacucho, la víctima de Berruecos, el «Abel de Colombia» o, más propiamente Antonio José de Sucre, fue un individuo que vivió su circunstancia política y se empeñó en actuar y generar las respuestas que demandaba su particular y dinámica realidad. Su inmenso valor histórico consiste precisamente en ello.
Última carta a Bolívar
Escrita en Bogotá el 8 de mayo de 1830:
"El dolor de la más penosa despedida. No son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a Vd.: Vd. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que Vd. me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo. Adiós, mi general, reciba Vd. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Vd. Sea Vd. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo".
Prensa/UNEXPO
*Fuente: Prof. Inés Quintero,Historiador- UCV/Wikpedia